El por qué del terrorismo mediático contra Hugo Chávez.

24 de noviembre de 2009, escrito por Sin comentarios
(Extracto de un artículo de Juan Francisco Martín Seco)


Resulta sospechosa la animadversión y hostilidad con que determinadas voces (casi todas las que tienen suficiente poder y dinero para ser escuchadas) se manifiestan en contra de algunos de los nuevos mandatarios de América Latina, aquellos que, luchando contra corriente en sistemas políticos trucados, han alcanzado el poder a pesar de los muchos obstáculos colocados por los intereses económicos y sus adláteres. Casi todos ellos, con sus lacras y sus virtudes, son el resultado del despertar de los respectivos pueblos y su reacción ante las condiciones de miseria y abandono a los que les venían sometiendo los gobiernos anteriores, eso sí, llamados democráticos por el establishment de los países ricos, pero en el fondo marionetas de los dictámenes del Fondo Monetario Internacional.

Los nuevos mandatarios reciben desde Europa y el Imperio toda clase de descalificaciones. Es posible que su perfil y manera de comportarse no encaje con nuestro arquetipo de político y choque con nuestra idiosincrasia. También es posible que, en ocasiones, sus acciones se alejen de los cánones democráticos que rigen en los países desarrollados. Pero nada de eso es nuevo en América Latina, y los mismos defectos o aun mayores podían predicarse perfectamente de los mandatarios anteriores o incluso de bastantes de los actuales que gozan del máximo beneplácito y aquiescencia de los poderes occidentales. Es más, muchos han sido y todavía son los regímenes claramente autárquicos y dictatoriales que han contado o cuentan con la amistad e incluso complicidad de los países desarrollados. Hay que concluir que no son los defectos señalados los que generan la crítica y el enojo de los bien pensantes sino el hecho de que estos nuevos gobiernos hayan puesto en cuestión los principios en que se basan los intereses económicos internacionales.

A la cabeza de los anatematizados se encuentra el presidente de Venezuela, Hugo Cávez Fías.

Escuché hace unos días a uno de esos charlatanes que amenizan las mañanas de la radio opinando de todas las materias, menospreciar el apoyo popular que posee Chávez, tachando a su régimen de subsidiado. Comentaba con tono doctoral que el drama de estos países consistía en ser ricos en materias primas (en el caso de Venezuela, el petróleo) ya que terminaban derrochando (para él, el derroche consistía en los subsidios) los ingresos provenientes de la exportación. El problema, a mi entender, es que esos recursos se iban hasta ahora fuera del país o quedaba en manos de una minoría privilegiada. El apoyo popular debe venir más bien porque los venezolanos se percatan de que por primera vez, aunque sea en pequeña medida, el dinero del petróleo se queda en el interior y empieza a revertir en la mayoría de los ciudadanos.

No pretendo hacer un alegato en favor de presidente de Venezuela, ni de su régimen. A muchos kilómetros de distancia sería una osadía hacerlo, ni para bien ni para mal. Estoy convencido de que existirán aspectos muy criticables. Pero me repugnan las posturas sectarias y apriorísticas, a las que se les ve el plumero. Ciertos odios e inquinas a Chávez y a su gobierno tiene tan sólo su origen en lo que éste pueda tener de social y contrario a los intereses del capital internacional.

¿Estamos acaso nosotros capacitados para dar lecciones de democracia cuando nuestros sistemas democráticos hacen agua por todas partes? La abstención se ha generalizado; los políticos constituyen una casta cerrada; las posibilidades de triunfo de los distintos partidos dependen en gran medida del favor de la prensa y del dinero con que cuenten; en último extremo, por tanto, de la aceptación y apoyo de los “poderes fácticos”, como se decía hace unos años; la política monetaria se ha entregado a instituciones que nada tienen de democráticas; los poderes democráticos, si existen, están coartados y limitados a la hora de aplicar la política fiscal, social o laboral, por lo que llaman mercados y que, en el fondo, no son más que las fuerzas económicas. Dejemos la mota del prójimo y concentrémonos en la viga de nuestro ojo.

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