Con el tema eléctrico, la oposición venezolana ha vuelto a demostrar cuán lejos puede llegar en su síndrome de “negacionitis”. Bastaron 24 horas de visita en Venezuela del Ministro de Informática y Comunicaciones cubano Ramiro Valdés, para que se inflamara el coro periodístico de los medios privados contra la Isla y su Revolución. Han dicho de todo: desde que Valdés vino a dirigir el sistema eléctrico (un absurdo que debió provocar carcajadas en el mismísimo Alí Rodríguez Araque), hasta que fue convocado por Venezuela para censurar Internet (argumento todavía más risible, en un país repleto de infocentros, con 77 de cada 100 personas conectadas a la red).
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Una vez más, quienes practican como deporte el oficio de negarlo todo asumen a Cuba como blanco, pero en el fondo apuntan más allá. A la oposición le revuelve el estómago que Venezuela haya cambiado la orientación de su brújula. En lugar de implorarle soluciones al Norte (algunos tiburones trasnacionales habrían hecho las delicias con la actual situación del Guri), la Revolución bolivariana ha encontrado en sus propios técnicos, junto a brasileños, argentinos y cubanos, una vía para enfrentar de conjunto uno de sus principales desafíos.
En el caso específico de los cubanos, se trata de especialistas que visitaron, sin alarde ni rimbombancia mediática, algunos estados del país, a fin de identificar acciones de colaboración allí donde Cuba acumula una mayor experiencia: la instalación de grupos electrógenos para descentralizar la generación y distribución de electricidad, y las políticas para el ahorro y uso eficiente de la energía.
Pero para los enfermos de “negacionitis” no vale ninguna explicación. Se les hace la boca agua con cualquier pretexto útil para saborear una de sus tesis más apetecidas: la supuesta cubanización de Venezuela. Así lo confirma la prensa privada de los últimos días, con argumentos que, aunque sea brevemente, valdría la pena detenerse a desmontar:
1. El sistema eléctrico de la Isla, siendo supuestamente uno de los más atrasados de la región, es la causa de apagones interminables y, por ende, no sirve como referente de soluciones a Venezuela.
Desde mayo de 2006, Cuba está exenta de apagones, como resultado de la aplicación de una Revolución energética que logró compensar los desequilibrios entre demanda y oferta de electricidad.
Ciertamente, los años más duros del llamado Periodo Especial trajeron consigo drásticos cortes eléctricos en la Isla, pero la crisis de generación logró solventarse progresivamente con la sustitución de equipos electrodomésticos ineficientes, el cambio de bombillos incandescentes por ahorradores, la instalación de grupos electrógenos capaces de generar más de 2000 MegaWatts y la exploración cada vez más sistemática de fuentes alternativas de energía, entre otras medidas.
Otro logro de la Revolución energética tiene que ver con la reducción de pérdidas en la trasmisión y distribución de electricidad. A través del cambio de medidores, la solución a problemas de bajo voltaje y la rehabilitación de las redes eléctricas, la Isla rebajó las pérdidas de distribución hasta menos de un 15%, muy por debajo de lo conseguido por muchos países de América Latina, incluido Venezuela
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2. Cualquier ayuda procedente de Cuba se inscribe dentro de un presunto modelo “neocolonizador”, que encubriría sus propósitos de tutelaje tras una fachada de solidaridad.
Uno de los argumentos más ridículos al respecto fue esgrimido nada menos que por Antonio Pasquali, quien llegó a denunciar en un programa de televisión un “chip controlador”, supuestamente colocado por cubanos en tarjetas electrónicas.
La lógica de Pasquali, tal vez influida por una fase aguda de “negacionitis”, es la misma que ve detrás de cada médico cubano a un espía, en los instructores de arte de la Isla a torturadores disfrazados, en las medicinas suministradas por Barrio Adentro instrumentos para practicar auténticos lavados de cerebro.
Nada de lo anterior extraña. Que un país como Cuba haya llegado tan lejos en las propias narices de los Estados Unidos, aún en medio de los daños multimillonarios provocados por el bloqueo, solo puede explicarse validando las potencialidades de su proyecto socialista.
Y sería mucho pedirle a quienes padecen “negacionitis”. Para ellos, no tienen ningún significado los miles de médicos cubanos que prestan sus servicios en acto de solidaridad por el mundo. Ni la calidad del sistema educativo de la Isla, que garantiza, por ejemplo, un puesto laboral seguro a la totalidad de los egresados universitarios. Ni quienes, desde el ámbito deportivo, ubican a la nación caribeña en la vanguardia de certámenes olímpicos y mundiales. Como si pudieran formarse deportistas, artistas, educadores, intelectuales y médicos por arte de magia, y no como resultado de políticas proporcionalmente mucho más ambiciosas que los recursos disponibles para la pequeña Isla.
En realidad, las relaciones entre Venezuela y Cuba han saltado al siglo XXI como referente de eso que llaman “otro mundo posible”. Nada tienen que ver con tratados caducos de libre comercio, ni con el rígido pragmatismo impuesto por el Dios mercado. Es solidaridad equitativa entre hermanos, que se unen incluso para ayudar a terceros. Si no que lo diga, por citar un ejemplo reciente, el pueblo de Haití.
¿Que Venezuela vende a Cuba petróleo a precios preferenciales? Es cierto. Pero la Isla le reciproca con servicios antaño inasequibles para los más necesitados. Solo un dato: hasta el 5 de febrero de 2010, habían recibido atención médica en Cuba -incluidas costosas operaciones quirúrgicas– 22 mil 962 pacientes venezolanos, quienes, en su mayoría, viajaron a la Isla junto a un familiar acompañante. En todos los casos, la transportación, el hospedaje, la alimentación y, por supuesto, el tratamiento de salud, fueron gratis.
3. El modelo cubano es hijo de una filosofía de pensamiento único, cuyas recetas se pretenderían traspasar a Venezuela.
Este es uno de los argumentos más trillados, y por eso mismo, uno de los más sintomáticos de estupidez. Tanto adjetivo demonizador se ha pronunciado contra Cuba, que algunos, lastimosamente, terminan privándose de la posibilidad de entenderla como un país normal.
Cierto que el bloqueo ha dejado su impronta negativa en la Isla, pero los cubanos son expertos en buscar soluciones ingeniosas y se las arreglan para exhibir indicadores de salud, educación y cultura todavía soñados en América Latina.
Al desandar sus calles, uno siente cómo va deshaciéndose la maleta de prejuicios que carga encima. Las principales avenidas, como regla desiertas de policías, contradicen frontalmente el supuesto del Estado represor. Hay orden, pero no a costa de balas de caucho, gases lacrimógenos o chorros de agua. Los tiroteos y muertos de antaño sobreviven en el recuerdo de los más viejos, pero contrastan con el sosiego de jóvenes que, aún después de medianoche, se aferran al aire de mar permanentemente provisto por el Malecón de La Habana.
La invocada vigilancia del Estado totalitario, presuntamente omnipresente, se estrella contra el hecho de que los cubanos comentan y se cuestionan todo con absoluta libertad. Cada habitante de la Isla se cree con las claves para arreglar el mundo y perfeccionar su socialismo, porque la política en Cuba se concibe como espacio para la argumentación y no para la sumisión ideológica.
Ese es el espíritu que prevalece también en las universidades, convertidas con la Revolución en verdaderos hervideros de ideas. El ingenuo visitante esperará encontrar alumnos disciplinados en las doctrinas de Marx, Engels y Lenin, pero tropezará asombrado con una especie de sancocho filosófico dentro de los planes de estudio: desde las creativas interpretaciones del marxismo de Antonio Gramsci, pasando por las teorías sobre el poder de Michel Foucault, hasta los escritos sociológicos más recientes de Pierre Bourdieu. Es hasta posible que en las facultades cubanas de Ciencias Políticas se dedique menos tiempo a estudiar el pensamiento socialista, que a hurgar en los clásicos del liberalismo burgués.
¿Cómo analizarían tales hechos los enfermos de negacionitis? Seguramente como hasta ahora: pasándoles por encima con sus aplanadoras mediáticas. Para ellos, demonizar a Cuba es un negocio rentable en tanto permite demonizar también a Venezuela y, por extensión, al Presidente Chávez.
Pero no alcanzan a calcular que, más tarde o más temprano, la realidad se impone. Aún con 50 años de bloqueo, Cuba saca fuerzas para sobreponerse a sus problemas y andar por el mundo crecientemente acompañada.
Venezuela, por su parte, apuesta a un socialismo del siglo XXI cuyo solo nombramiento sugiere diferencias respecto a la praxis que le antecedió. La Revolución bolivariana -cada vez más revolucionaria y menos vulnerable a tentaciones reformistas- va fundando a su paso lo que debe ser fundado: por aquí las misiones, por allá las comunas, por todas partes un nuevo sentido de la vida, aunque los enfermos de negacionitis sigan negándolo todo, sin darse cuenta de que, por ese camino, terminarán negándose a sí mismos.
Fuente: http://periodicopg.com.ve/?q=node/26691
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